PIKARA MAGAZINE
Alicia Murillo
En estos tiempos en los que existe un debate tan agitado acerca de qué es feminismo y qué es ser mujer, quisiera, con este artículo, invitar a reflexionar sobre si existen violencias ejercidas desde el ser mujer.
La finalidad del feminismo, a mi parecer, es la de ofrecer a la sociedad vías para la construcción de la mujer como ciudadana, esto es, como persona con derechos y deberes igualitarios a los de los hombres.
El derecho al aborto, a un sueldo digno, a la seguridad en los espacios públicos, etc. son aspectos que ya se tratan desde el feminismo desde hace siglos. Pero, ¿qué ocurre con los deberes de las mujeres? Es un tema espinoso que nos cuesta abordar y del que, lamentablemente, se está apropiando la derecha ofreciendo unos discursos machistas, sesgados, populistas y sin análisis objetivos ni serios.
Es urgente que, en la agenda feminista, se incluya la asunción de responsabilidades de forma consciente por parte de las mujeres, con una definición de las mismas con perspectiva de género, en respuesta a la propuesta de eterna culpabilización que se da desde sectores patriarcales.
Y para mí a dos temáticas especialmente urgentes: la ecología y la infancia. Dejo el primer tema a las especialistas y me centro en el que me siento preparada como profesional y madre, el del maltrato materno.
Maltrato materno
¿Qué es el maltrato materno? ¿Existe una forma de maltrato infantil genuinamente femenina? Personalmente lo tengo clarísimo, un rotundo sí. Y para ejemplificar lo que digo he querido dedicar este artículo a uno de los clásicos de la maternidad narcisista: el maltrato infantil a través del “cuidado” del cabello. Elijo esta modalidad y no otra porque es uno de los ejemplos más claros de maltrato madre-hija u hijo. Existen padres que lo ejercen pero son minoría. Asimismo, tampoco los hijos varones lo sufren en la misma medida y forma que las niñas. El cabello y su maltrato es un asunto muy femenino.
El patriarcado deja los cuidados en las manos de las mujeres. Por eso basta ver cualquier estudio sobre violencia infantil para darnos cuenta de que los padres son los abandonadores, los maltratadores físicos y los abusadores sexuales, mientras que las madres son las que ejercen violencia física y psicológica desde su posición de “cuidadoras”.
El cabello, un campo de batalla para la infancia
Para escribir este artículo me he basado en decenas de testimonios de mujeres adultas sobrevivientes al maltrato materno. A partir de ellos he identificado en 10 tipos violencias que expongo a continuación:
1. Violencia física: tirones de pelo, mechones arrancados de raíz, peinados tirantes…
«Me salían moretones en el cuero cabelludo. En alguna ocasión, una señora que nos cuidaba, me tuvo que peinar. Me miraba la cabeza con mucha tristeza, cuándo vio los moretones, me decía que por favor me desenredara temprano para que mi madre no tuviera que hacerlo».
2. Negligencia: el no cuidado del pelo como símbolo y evidencia de violencia contra la infancia.
«Yo, desde pequeña, fui responsable de peinarme, ir comprando algunas cosas para mi cabello, mi aseo… Hubo situaciones que pasé vergüenza por mi aseo o mi imagen personal y sin poder explicar lo que sucedía porque ni yo misma lo entendía, aunque en el fondo sentía que algo no estaba bien. Ya de adulta, y al ver a mi cuñada como es con su hija pequeña, comprendí que la relación con mi madre nunca fue normal».
3. Humillación pública y familiar: la humillación social y familiar a través del cabello infantil es una de las pruebas más contundentes de la aceptación social con la que cuenta el maltrato infantil. Niños y niñas acuden a la escuela y a reuniones familiares con trasquilones, cabezas rapadas y heridas en el cuero cabelludo y, lejos de crearse una alarma, reciben aún más burla y humillación o, en la mejor de las opciones, caso omiso a las evidentes señales de maltrato.
«Una vez me rapó».
«También una vez mi hermano menor quiso cortarse el cabello solo y mi mamá se enojó tanto que agarró unas tijeras y le empezó a cortar el cabello bien feo y nos obligó a cortárselo también hasta que quedó todo tusado. Y al último le dijo ella a mi hermanito: ‘Así te querías ver? Ahí está…’».
4. Sobre la identidad de género y la homofobia: este es uno de los clásicos. Va desde la imposición de una feminidad clásica (aunque sea incómoda y deteriore la calidad de vida, el juego y la salud de las niñas) hasta la imposición de estilos masculinizados y cortos por pura misoginia.
«Sí ha trastocado mi identidad de género, hizo que deseara cortarme el cabello como ‘niño’, decía yo».
«Durante toda mi infancia me cortó el pelo cortito como un varón. Era un discurso enloquecedor: Por un lado decía lo decepcionada que estaba de haber tenido una nena tan machona, tan poco femenina y, por el otro, me cercenaba cualquier atisbo de femineidad».
«Mi mamá no me dejaba cortarlo porque pensaba que era lesbiana».
5. Control y sometimiento: el sentimiento de posesión, la objetivación, el tratar a las criaturas como muñecos y no como seres humanos, el control sobre sus cuerpos y sobre sus decisiones son una muestra más de violencia adulta que podemos entender a través de los siguientes ejemplos.
«De la noche a la mañana decidieron que debían cortarlo al ras. Cuando le pregunté por qué lo hacían me dijo que según la tradición, se rasura el pelo de las niñas para que sean dóciles».
«De niña le prometió a Dios no cortar mi cabello hasta que tuviera 18. Yo sufría dolores de cabeza para poderlo cortar. Me hizo pedirle perdón a un sacerdote y él me dijo que tenía que rezar a diario porque le falle a la promesa a Dios (promesa que yo no hice porque aún no había nacido)».
6. Rivalidad: aunque se puede dar en cualquier edad, los celos y la rivalidad se acentúan con la adolescencia de la víctima. También con la aparición de la figura del padrastro sobre todo si este ejerce como abusador sexual. También existe la rivalidad cuando la madre siente que la hija la superó en cuestiones de ascenso social a través de estudios o acceso al mundo laboral.
«Pasa obsesionada en cómo lo uso o qué me hago. Apenas sabe que voy a contármelo hace cita en el salón para hacer lo mismo…».
«Me chuleaban muchísimo el cabello por tenerlo rubio naturalmente, lo cual le daba muchos celos a mi mamá, así que desde los ocho años me puso permanentes cafés y ya nunca volvió a mi tono natural».
7. La objetivización: los concursos de belleza infantil son otro ejemplo de la aceptación social en materia de maltrato infantil. Pero no hace falta acudir a actos públicos para observar este tipo de maltrato que está a la orden del día en cualquiera de nuestros barrios.
«No debía moverme, no debía jugar, solo a cosas de ‘señoritas’. Me siguió obligando años a verme así, quería que me mantuviera lo más infantil, con vestidos de princesa».
“Odiaba todo lo que tuviera que ver con mi desarrollo, quería una eterna muñequita».
8. Menores como escudo: ¿y qué ocurre cuando la madre sufre maltrato machista y se utiliza a las criaturas como medida de control? Que la infancia se convierte en un escudo.
«Yo tenía el cabello muy largo. Una vez me llevaron a despuntar el cabello cuando tenía como siete años y me moví, me dieron un tijeretazo y para resolverlo me lo cortaron a la altura de los hombros. Cuando llegó de trabajar yo ya estaba dormida y le dijeron lo que pasó y me levanto a jalones de pelo a regañarme y a quejarse porque mi papá era el que pensaba que debía usarlo largo y ahora a ella la iba a regañar».
9. Perspectiva de raza: pero si el maltrato hacia la infancia se mezcla con la racialización, todo se recrudece. Las niñas racializadas son víctimas de una violencia doble. “Pelo malo” es como se denomina en muchos países de Centroamérica al pelo afro. Desde muy temprana edad las niñas negras y mestizas son sometidas al alisamiento de cabello con químicos muy abrasivos. Afortunadamente, de forma paralela a este tipo de maltrato racista y adultocentrista, han surgido movimientos que reivindican la belleza y la cultura que existe tras el cuidado del pelo rizado.
«Me decía que tenía el pelo ‘malo’ (tengo el cabello rizado)».
«Recuerdo que la primera vez que me pusieron desriz, me quemó toda la orilla del cuero cabelludo. Me ardía, me dolía, me salieron costras y mi piel nunca se recuperó. Esos pelitos de allí no me crecen…»
«A mis 28 años, cuando emigré y me era muy difícil mantener el cabello liso por el precio y el clima, fue apenas cuando comencé a usar el cabello rizado y fue cuando comencé a aprender a peinarme, trenzarme, incluso a lavarme correctamente etc. porque antes de eso para mí no había otra opción sino todas las semanas ir al salón…».
«Menos mal que acá en República Dominicana también hay mucha cultura de aprecio y cuidado de los rizos, eso me ha ayudado a agarrar valor y animarme a quedarme rizada».
10. Secuelas en las hijas ya adultas: que los seres humanos seamos capaces de aprender de experiencias dolorosas no debe llevarnos a pensar que el maltrato es necesario para madurar según qué ideas. A veces ni siquiera es posible superar ciertas anécdotas.
Por último me gustaría dejar constancia de cómo el maltrato materno también se ejerce sobre hijas adultas. Lo hago con la esperanza de que, quizás así, las mujeres feministas puedan conectar y entender que, tristemente, la violencia materna es una realidad y un tabú.
«Después, ya de mayor, cada vez que me veía lo primero que hacía era ponerle defectos a mi pelo, en plan ‘¡Cómo te has estropeado el pelo, con el pelazo que tú tenías! Eso es de las mierdas que te echas».
«¡Por dios si tienes cuatro pelos! y eso me lo dice cuando estoy pasando por una mala época».
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