“No soy pesimista. Soy un optimista bien informado”.
«He sido vulnerable. He sido fácil de herir. He sido fácil, y frágil. He sentido como muy hondas heridas que para otros hubieran pasado inadvertidas».
Antonio Gala
La pandemia sigue haciendo de las suyas. Desafiamos a la vida y el riesgo sigue y crece. Los rebrotes de la pandemia en varios países de Europa nos dices que no hemos pasado la prueba como sociedad global. Falta mucho. Las vacunas son todavía experimentales. La ciencia y la tecnología no alcanza aún a dar los resultados, que la idealización que sobre ellas se hizo, en la tarea de controlar la pandemia del Covid-19 y de muchas otras enfermedades virales, pero, lo que sí ha quedado claro es que los centros de investigación están atrapados por los emporios farmacéuticos y que los beneficiados en el corto y mediano plazo son para los capitales asociados al negocio de los servicios médicos y de las medicinas, incluidas vacunas y la tecnología médica. Mantener con vida a las personas, el mayor tiempo posible, será el nuevo gran negocio de los próximos años y de las décadas siguientes, queda claro que eso no será para todos.
La muerte ronda las puertas y las ventanas. La muerte va desgarrando almas y familias. La certeza de la muerte debería sin duda la única pauta para dar sentido y valor a la vida y con ello lo que implica su cuidado. Todavía, el otro, es un ausente para muchas personas, pero con mucha tristeza tenemos que reconocer que los ausentes -los muertos- se multiplican con una tendencia de tipo exponencial.
La vida en los tiempos actuales se siente, se percibe, se aprecia, dentro de las paradojas de la alegría y el dolor, entre el odio y el amor, entre el miedo y la esperanza. Los muertos se acumulan y no caben en los anfiteatros. Las cifras de los ejecutados se incrementan, en una guerra que no se ve cuándo podrá terminar entre los cárteles y con la fallida estrategia de militarizar el combate al narco, que además encubre la ineficacia y el contubernio de las autoridades estatales y locales con el crimen organizado.
La realidad es que todo ello va llenando fosas comunes con cadáveres sin reconocer, sin un nombre, que solo se transforman en un código de registro, en una etiqueta, en unas cuantas fotografías y en unas bolsas de plástico que contienen “lo traían puesto” y bolsas que se pierden en bodegas que se convierten en una carga y en olvido. El Servicio Médico Forense (SEMEFO) en cada municipio del país es una nueva capilla ardiente en la que tramita como puede, los miles de restos humanos que recoge y que su trabajo se desvanece, se tira a la basura, ante la inoperancia de quienes deben hacer su trabajo e investigar por oficio cualquier homicidio, en especial los dolosos, los intensionales.
Los cadáveres se apilan y se olvidan al igual que los expedientes de las carpetas de investigación que se llegan a abrir. La suma de los muertos crece. Hasta septiembre de 2020, tenemos 78,800 fallecimientos por Covid-19, la cifra oficial. Para esas mismas fechas tenemos un registro de 42,000 homicidios dolosos en el país, en Guanajuato se han registrado poco más de 2,700 en 9 meses, 300 por mes en promedio. Hay un estimado de 52,000 muertes por causas diferentes al Covid-19. De enero a septiembre de 2020 son ya 172,000 personas muertas, en una suma por demás dramática habrá que ver cómo cierra el año, pero todo apunta que habrá muchas muertes más. El duelo, el luto se sigue poniendo crespones negros en puertas y ventanas, en país que se ha convertido en un gran cementerio.
A estas cifras se deben sumar 73,000 desaparecidos desde el 2000 hasta el 2019, y habrá que añadir las 11, 500 personas desaparecidas más, en lo que va de 2020. Los rostros de hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales se van diluyendo en la memoria de quienes los buscan, aun teniendo sus fotografías en las manos, en la memoria de celulares y en las camisetas impresas que usan para no olvidar las caras de sus familiares, en la esperanza de hallarlos con vida o al menos con la única certeza, que les dará cierta tranquilidad y que es la de poder encontrar a sus muertos, para que dejen ser fantasmas y les permitan tener un duelo real, para poder hablar de ellos, para poder extrañarlos y lograr enterrarlos con su nombre y dejen de estar en la lista de “desparecidos”.
El semáforo ha empezado a cambiar de color. Las autoridades quieren activar la economía. Es real que el colapso económico afectó a toda la sociedad. Empleos perdidos, salarios disminuidos, cierre de empresas, negocios y comercios, endeudamientos, desalojos de viviendas y saturación de tarjetas de crédito, proyectos y programas de gobierno detenidos. Estrategia de política social de subvencionar a diversos sectores de la población, unos con la estrategia federal y otras iniciativas estatales y algunas de orden municipal. El descalabro está hecho.
El problema es que, aunque cambie de color el semáforo, ahora de naranja a amarillo, los contagios seguirán, la muerte seguirá cobrando la factura a los gobiernos anteriores y actuales, pero sobre todo la muerte seguirá facturando la falta de responsabilidad que tenemos para cuidarnos y para cuidar a los otros, cuidar a la familia, a los seres humanos que amamos. El uso de mascarilla, el salir de casa a solamente lo indispensable, el lavado de manos, el evitar conglomeraciones y mantener la sana distancia, al menos de 1.5 m es necesario, aun cuando llegáramos al semáforo verde.
Un país que se vive entre el SEMEFO y los Semáforos sanitarios requiere que la vida gane. En mucho depende de nosotros. Exigir buenos gobiernos es urgente, exigir resultados es más que necesario, participar en la construcción de una ciudadanía critica e informada, es el desafío que tenemos todos y todas, al menos antes de morir de la peor forma y al mismo tiempo, necesitamos volver a vernos, a reconocernos como personas e iniciar muchos de los cambios que necesitamos como sociedad y de manera individual, por lo pronto habrá cuidarnos y cuidar a otros, a esos que a los que les decimos que daríamos nuestra vida por ellos.
Por: Arturo Mora Alva