Entre Muertos

Arturo Mora Alva

“Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte.”
Sigmund Freud

“No tengo miedo a la muerte, pero no tengo prisa por morir. Tengo mucho que hacer primero.”
Stephen Hawking

“La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo.”
Isabel Allende

La muerte esta presente todo el tiempo, es la única certeza en la existencia que tenemos los seres humanos. Nada genera tantas reflexiones, ideas, teorías, supuestos y posibilidades de explicación ante la muerte misma.  Morir es un proceso natural, es parte de uno de los extremos de la vida.  Nacer es de las experiencias de vida más intensas y maravillosas, implica al menos en los mamíferos superiores un esfuerzo inmenso y en los seres humanos un dolor inexplicable que vive la madre en el nacimiento de sus vástagos. Nacer y Morir, diada que nos da el espacio y el tiempo como intervalo y es a lo que le llamamos vida.

El 2020 nos ha traído a la muerte como presencia y como un duelo que no acaba. Una pandemia que ya suma más de un millón cien mil fallecidos en el mundo. En México la cifra a la que llegamos en este octubre que ha terminado a 90,000 decesos, es el cupo del estadio Azteca lleno al tope, o de tres veces la capacidad del Estadio León repleto de personas.

El tema es que esas muertes inesperadas han tomado por sorpresa a todos lo gobiernos del mundo y ha desestabilizado la vida de millones de personas. La enfermedad ya ha contagiado a más de 48.5 millones de personas en el planeta. Muchos de los enfermos se han recuperado, pero hay secuelas y todavía no sabemos cómo conviviremos con este virus en el futuro inmediato.

En Europa el rebrote ha hecho tomar nuevas decisiones para tratar de parar la nueva ola de contagios. La capacidad hospitalaria de los países europeos está a punto de colapsar, los contagios en Estados Unidos no paran al igual que nuestro país y las posibilidades de contar con una vacuna eficaz y segura es un escenario aún difuso.

La muerte ronda la vida y con ello afloran nuestros miedos, nuestros temores se agudizan y nos ponen un filo existencial que nos puede permitir, si lo deseamos, dar valor a la presencia propia y la de nuestros seres queridos, a la familia, a los amigos y amigas, a las personas que con las que hacemos pareja y con cuales vamos dando sentido y esencia a nuestra vida.

El problema no es la muerte. El problema es cuando la vida se arranca sin sentido, en el absurdo, en lo incomprensible que es perder la vida por nuestra negligencia  o por la falta de cuidado de nosotros mismos, -un accidente imprudencial o una enfermedad crónica que no atendemos de forma adecuada-, o por falta de responsabilidad, -incluido el contagiarnos por Covid-19,  y aún por nuestra voluntad, en el caso del suicidio, que es una realidad y que requiere ser atendido como un problema público de salud mental.

Pero hay muertes que son inaceptables, que no pueden ser consentidas por ningún motivo y en donde las excusas, las explicaciones banales y la revictimización salen sobrando y no pueden ser utilizadas justificar ninguna muerte, y en donde el silencio de la autoridades los hace por lo menos cómplices, ya que hay una responsabilidad por parte de autoridades gubernamentales en todos los órdenes de gobierno para desarrollar programas y acciones de prevención para evitar  los homicidios dolosos, los feminicidios, las ejecuciones y las desapariciones de personas. Todas esas muertes son por demás dolorosas y duelen más ante la incompetencia y la siniestra actitud de las y los servidores públicos que tienen el mandato constitucional de cuidar la vida y los bienes de todos.

Hoy los altares de muertos, tradición y cultura se llenan de fotografías de nuestros muertos, de nuestras hijas e hijos que ya no están, de nuestros padres y madres que hemos podido enterrar y de los rostros que en muchos casos se han convertido en ausencias forzadas -de las y los desaparecidos- que duelen indefinidamente, que hacen sufrir más de lo que se puede imaginar y traen tristeza a las familias.

En un país en donde la muerte es un rito y una tradición, en la que por cierto la celebración del Día de Muertos es considerada por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad y que desde eso que se aprecia desde afuera, a través de una calaverita, del pan de muerto, de las flores de cempasúchil, de las veladoras, del papel picado y la ofrenda toda, no alcanzan para que dejen de doler las ausencias y las muertes.

Un país en donde “unos lloran con lágrimas, otros con pensamientos” escribió Octavio Paz, se requieren respuestas y resultados ante todas y cada una de las muertes injustas, se requiere que se asuma la responsabilidad conferida, desde el mandato ciudadano. Ya los zapatistas nos han dicho con claridad, que lo que se requiere, son gobiernos que consigna de “mandar obedeciendo”. Las fosas clandestinas encontradas en Cortázar y Salvatierra son la evidencia de una tragedia permitida, de una crueldad que se ha institucionalizado y nos presenta un rostro deshumanizado de quienes dicen que cumplen y que hacen su trabajo para protegernos.

Los crespones negros en las casas, las cruces que se van dejando en calles y avenidas en todas las ciudades del país, los cementerios llenos y las miles de fosas clandestinas que van apareciendo, que junto los incinerados y los disueltos en ácido, marcan con una profunda y desgarradora pena a un país, en donde el Día de Muertos se hace cotidiano, en donde cada día son días muerte, de hombres y mujeres, de niños y niñas, y que para lo cual  la resignación ya no puede ser una de nuestras virtudes como nación.

Estamos entre nuestros muertos, recordarlos es tenerlos presentes en la vida que aún tenemos. El coraje por vivir ante la certeza de nuestra finitud, nos tiene que impulsar a que la esperanza sea algo que se pueda alcanzar, como una de las formas de reparar el dolor, de consolarnos y no sentir el abandono, la tristeza y la nostalgia por las ausencias y sobre todo las injustas e inaceptables.

El estado y sus instituciones, y todos los gobernantes, tienen que entender que no bastan las palabras vanas, que no sirven las explicaciones sin sustento y que las justificaciones superficiales son solamente burlas, mientras no se de prioridad a la vida y a la justicia. Ojalá que nuestros rituales nos den algo de paz, que las ofrendas sean actos simbólicos de amor y esperanza y que la muerte sea nuestra certeza, pero nunca más una injusticia y una ofensa para nuestra dignidad como personas.

Por: Arturo Mora Alva

 

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