Mi padre se fue de casa cuando yo tenía diez años, pero él ya estaba ausente en muchas formas distintas. No pasaba suficiente tiempo en casa, ni llegué a tener conversaciones largas con él. Lo más que le aprendí fueron algunos términos de ingeniería, un par de chistes de señor, y que cuando se trabaja, se debe trabajar por horas y hasta el cansancio.
Y algo que habría querido compartir con él, fue la primera vez que usé un rastrillo para rasurar mis escasos vellos faciales, la primera vez que me enamoré de una chica, y la primera vez que me rompieron el corazón. La primera vez que otro niño me golpeó en la primaria, y la primera vez que devolví el golpe en la secundaria. Me habría encantado tenerlo cerca para contarle cada uno de esos momentos.
Pero en su lugar, mi madre me dio mi primer y última clase de rasurado, lidié con mi primer infidelidad y corazón roto por mi cuenta, y tuve que aprender a levantarme de cada golpe que llegué a recibir, por mi cuenta. A mis 13 años, tuve que ser mi propio padre. No se cuantas veces escuche la frase «ahora tu eres el hombre de la casa», y me lo tomé muy en serio. No sabía lo que significaba ser un hombre, así que tuve que definirlo por mi mismo, buscar ejemplos a mi alrededor, y comenzar a serlo.
El problema, es que a mi alrededor solo tenía ejemplos de hombres infieles, inseguros, violentos, ausentes. Alcohólicos. Con una máscara de hombre que tiene todo en orden, con un mundo de inseguridades y miedos detrás. Para la preparatoria, yo ya había sido infiel, violento, y era cada vez más ausente en casa. Y no fue sino hasta la universidad, que todo ello me rebotó en el rostro y me obligó a romper ese ciclo.
Hoy en día, más de 11 millones de familias en México carecen de una figura paterna, lo cual representa el 41% de las familias en el país, según el INEGI. Son muchísimos los jóvenes que han tenido que crecer con un padre ausente, ya sea física o emocionalmente, porque tiene por primera prioridad su trabajo, antes que la familia, o porque nunca dio el paso de hablar con sus hijos, y conocerlos de verdad. Conocer sus pasiones, sus sueños. Padres que solo proveen y reparten castigos cuando es necesario, pero nada más.
Son tantas las personas que hemos tenido que arreglárnoslas solos para inventar una idea nueva de lo que es ser un ejemplo de hombre sano. Que hemos tenido que rehacer nuestras ideas desde cero e incluso guiar después a nuestros propios padres. Hemos tenido que aprender lo que ellos nunca aprendieron, para romper un ciclo que ha sido dañino tanto para ellos como para nosotros. Y eso nos ha costado bastante.
Desde hace un par de cientos de años, la sociedad se ha establecido sobre la idea errónea de que hay roles para el hombre y para la mujer, así como cualidades que no son apropiados para niños o para niñas. Que hay juguetes, deportes, hobbies, trabajos e incluso responsabilidades domésticas que corresponden solo a los niños o sólo a las niñas, poniendo un límite, desde muy pequeños, en lo que ellos deberían decidir por sí mismos. Y eso nos ha traído hasta el presente, donde es totalmente normal el decirle a un niño que «llorar es de niñas», o a una niña que «el futbol es para niños».
Después de tantos años haciéndole creer a los varones que no pueden llorar, han ido perdiendo poco a poco su capacidad para expresar emociones, para conectarse con lo que sienten, al punto de que más de la mitad de los hombres mayores de quince años sufren de un grado alto de alexitimia.
Alexitimia : la incapacidad para identificar las emociones propias. Hay personas incapaces de expresar e identificar sus emociones. Es la alexitimia , una limitación provocada por un trastorno en el aprendizaje emocional o por una lesión cerebral.
Para cuando llegan a ser adultos, ya han adoptado completamente el modelo de hombre poco emotivo, poco compasivo, poco empático, al mismo tiempo que desarrollan un rechazo profundo hacia lo femenino, ya que representa todo eso que aprendieron que no debe expresar un hombre.
Antes de continuar, me gustaría dejar claro que la masculinidad no significa hombre, y la feminidad no significa mujer. No importa nuestro sexo, todos tenemos un lado masculino y un lado femenino, cada uno con diferentes cualidades y diferentes sombras. Son partes del espectro de la psique humana, y todos podemos movernos alrededor de ese espectro, como lo mencionan algunos estudiosos de la psicología (Carl Jung, Freud, entre otros).
El lado masculino sano es el que expresa cualidades como: valor de la propia vida, el cual se expresa teniendo clara la importancia del cuidado propio (físico, mental, emocional); la capacidad de tomar el mando de la propia vida, la auto-confianza, la fuerza interior, expresada a través de la voluntad y firmeza en nuestros ideales; la toma sabia de riesgos, la decisividad, el enfoque. Por el contrario, el lado masculino dañino incluye características como bajo valor de la propia vida, enojo e intimidación, bravuconería, alardeo, toma de riesgos tontos, indecisión, desinterés, irracionalidad.
El lado femenino tiene una lista de características distintas. El lado femenino sano es aquel que muestra el valor por la vida de otros, permite que otros comanden su propia vida, respetando las decisiones ajenas; la energía para hacer lo bueno, la generosidad, el entusiasmo por la vida, la amabilidad, la compasión, la paciencia, la empatía. Y, por otro lado, el lado femenino dañino tiende más a la indiferencia, al bajo valor de la vida ajena, egoísmo, codicia, al chisme, aislamiento, impaciencia, culpa y desesperación.
Como podemos ver, el lado masculino se centra fuertemente en la dirección, la fuerza y la objetividad, mientras el lado femenino está enfocado en la atención hacia los demás, a dar, a la compasión. Ambos son lados que todo ser humano, independientemente de si se es mujer y hombre, debe tener en su vida para desarrollarse de la forma más sana.
Ahora, sabiendo esto, quiero que pensemos en las características de un hombre que se ha desarrollado bajo una cultura machista. ¿Cuáles son sus principales características? Suele ser un bravucón, se molesta fácilmente, busca intimidar, esconde detrás de una máscara de enojo sus inseguridades, y al mismo tiempo, suele ser egoísta, poco compasivo, poco empático. Queda claro que el hombre machista tiene características dañinas de ambos lados, masculino y femenino. Pero, ¿por qué?
El enseñarle desde muy corta edad a un niño que debe rechazar ciertas cualidades femeninas, termina desarrollando en él un rechazo profundo hacia esas mismas cualidades. Se termina desconectando de su lado femenino, y por ende, dañando su lado masculino, el cual requiere de un balance para poder llegar a una masculinidad sana.
Este rechazo se ha desarrollado y normalizado a tal punto que nos incomoda, como hombres, pensar que debemos conectar con nuestro lado femenino. Nos causa cierta reacción e inconscientemente nos hace imaginar que ello nos hará débiles o dañará nuestra imagen como hombres. Y esa voz que nos dice que no debemos ir ahí, es la misma voz que se infiltró en nuestro inconsciente a partir de el dolor que sufrimos de pequeños, al vernos incapaces de llorar y sentir libremente. Una masculinidad sana solo puede darse cuando se está conectado al lado femenino, y se aceptan ambas partes de nuestra propia psique.
A mis 27, aún me cuesta poner algunas de mis emociones en palabras, o identificar cuál de ellas es la que estoy sintiendo. Se que, aún después de unos años trabajando en ello, sigo teniendo cierto grado de alexitimia, y no me es fácil abrirme. Pero si he podido aceptar mejor mi lado femenino, y no sentir pena al decirlo, porque entre más lo he aceptado, más amado me he sentido, más siento mis pies sobre la tierra. Antes me incomodaba pensar en ello, porque todo mi entorno me había enseñado que me haría menos hombre, que sería rechazado por los demás hombres. Que el lado masculino era el contrario al femenino y si
caminaba hacia el, mi lado masculino se vería afectado.
Pero no es así, no son contrarios. Son partes importantes, que convergen, que interactúan, dentro de nuestra psique, dentro de nuestra identidad como humanos. Y no podemos ir por la vida rechazando parte de nosotros, porque el rechazo hacia uno mismo es el principal causante de nuestras más grandes sombras, de nuestros más profundos traumas.
Me duele mucho conocer más y más personas que han tenido que volverse sus propios padres, re-educarse y terminar guiando ellos mismos a sus padres. Me parece de lo más injusto, ¿por qué no pudimos tener padres que nos guiaran, que nos hicieran sentir seguros en nuestra propia piel, que nos enseñaran de aceptación, de cariño, de firmeza, de amor?¿Por qué tuve que caminar solo?
A los padres que si han estado ahí para sus hijos, y han sabido amarlos, rompiendo ese ciclo eterno de desconexión, los felicito, y les agradezco de todo corazón. Son los seres más valientes sobre esta tierra. Y a quienes no han podido estar para sus hijos, porque así lo aprendieron de sus padres o simplemente no han sabido hacerlo, nunca es demasiado tarde. Siempre se puede decidir comenzar de nuevo y hacer un cambio, enseñar a nuestros
hijos que un verdadero hombre no es aquel que tiene un gran salario, que se gana a todas las chicas, o que domina a cualquier hombre, sino aquel que es ejemplo de pasión, de entrega, de dedicación, de propósito, y de amor, sin importar si es ingeniero, enfermero, bailarín, cantante.
Nunca es tarde. Demos ese ejemplo.
Por: Ricardo Rivera, Voices of Brotherhood
Me identifiqué, mucho ! Gracias por compartir Ricardo, saludos