“Quien lucha puede perder, quien no lucha, ya perdió”
Acción poética. Prepa El Salto
El tiempo juega a transfigurarse en agua y nosotros a intentar retenerlo en las palmas de las manos. La ilusión de detener el tiempo o bien de hacerlo regresar es una de las pretensiones más frecuentes en el pensamiento humano. No se diga la necesidad de querer predecir el futuro. Oráculos, profetas, pitonisas, adivinas, hechiceras, adivinadores y sacerdotes son parte de una cultura global que expresa la necesidad de saber “cosas” antes que sucedan. La omnipotencia del control, se cruza con la osadía de la negación de nuestros actos y muchas veces en la ceguera de nuestra historia personal.
Somos seres sociales, con ideas comunes, con un lenguaje y una cultura en la que se inscriben nuestra cotidianidad, nuestras rutinas y de alguna manera nuestros apegos, que van conjuntando una identidad, y con ello una manera de ser en sociedad y un estilo -impuesto- la más de las veces de vivir, sobre todo de consumir. Identidad que también se hace agua, que se hace líquida dirá Zygmunt Bauman y a pesar de todo, la vida es impredecible y las tendencias de lo probable solamente se convierten en estadística desde la mirada del “Big Data”, invisible o imperceptible que se configura en cada acción de consumo, no sólo es Facebook, Instagram, Twitter, Snapchat, sino en cada compra, en cada visita a un centro comercial y en cada vez que se usa el dinero plástico, queda ahí nuestra huella digital registrada y que casi como magia, -nuestro entorno-, nos va ofreciendo la seguridad de que el mercado sabe lo que queremos, lo que deseamos comprar y hasta lo que deseamos hacer y lo que necesitamos sentir.
La vida se desarrolla en los márgenes de lo imprevisto. Las certezas son refugios ideológicos o hechos concretos que no reclaman más explicación, pero la vida, esa que se siente en la piel, que genera emociones, desasosiegos, alegrías, felicidades, tristezas, sentimientos y que cruza sin permiso la mente y sobre todo el corazón, es la que nos hace sentirnos vivos esta aderezada inevitablemente de incertidumbre.
Los cambios se suscitan permanentemente. Nuestros abuelos y padres pueden dar cuenta de las ansiedades y angustias que fueron experimentando con los cambios que les tocaron vivir, no sólo de la tecnología, sino en la moda, en las costumbres, en la política, en las relaciones humanas, basta pensar con la llegada de la radio y de la televisión todo lo que se modificó, no se diga con el resto de los inventos e innovaciones que modificaron estilos y prácticas de vida que llegaron y transformaron casi todo habrá que preguntarnos ¿La incertidumbre es mayor ahora que la que vivieron nuestros abuelos o nuestros padres y madres en su juventud?
La incertidumbre en esta ocasión, en el contexto de la era de la información y de la llamada sociedad del conocimiento, se ha visto trastocada con la llegada de una pandemia que movió en buena parte las prácticas sociales y que trajo a la muerte como algo real, cercana y dolorosa. Aún el impacto en todas sus dimensiones y consecuencias que la pandemia del COVID-19 trae es aún incierto también.
La incertidumbre que la sociedad de mercado ha creado, que no es otra cosa que la especulación en el campo financiero, en el juego de los millones de dólares en las “Bolsas de Valores” y en el uso privilegiado de la información, que dicho se de paso es corrupción y que ha permitido crear de la noche a la mañana fortunas de algunos multimillonarios. Hoy también esta en la “incertidumbre”, si es que podemos pensar, que ahora no sólo es azar, el uso de la información o la especulación que es lo que mueve los “precios de acciones”, sino que también hace su entrada la condición y la realidad humana, misma que se ha convertido en la variable más importante para los países y por tanto para las economías nacionales, a la vez, de que la pandemia vino a demostrar la fragilidad del modelo capitalista y la perversidad del neoliberalismo y en la que la “sociedad mercado” demuestra que no tiene escrúpulos.
Los planes se hacen inciertos, los personales y los propios de la esfera de los negocios y de la acción gubernamental. Estamos en una serie de dilemas entre la parálisis y el miedo, por una parte, y entre la valentía y las acciones por la otra. Planear para el mediano y largo plazo se ha pospuesto, o al menos no hay por ahora muchas posibilidades de pensar prospectivamente con elementos claros y suficientes. Las planeaciones se van acotando al día a día, a la próxima semana, planes para el siguiente mes. Planear es ahora un sinónimo de sobrevivencia.
La muerte se hace aún más impredecible, pero también más amenazante. Las acciones políticas dejan mucho que desear ante la manera de atacar la pandemia. La desconfianza crece ante la el juego del poder en la que los partidos políticos y de quienes nos gobiernan y se zambullen en sus propios intereses para querer capitalizar sus obligaciones y responsabilidades y continuar en el poder a cualquier precio, y no es que no lo hicieran antes, lo que es terrible y nada ético es que lo hagan a costa de la salud y la seguridad de la ciudadanía. Hoy todo lo que tiene que ver con la salud ante el coronavirus, se quieren convertir en dadivas políticas y en buscar clientelas electorales.
Los planes, la idea de predecir y controlar el futuro es cada vez más difícil. La ilusión de controlar lo previsible se hace más incierta. La información falsa, las campañas ideológicas, las verdades a medias, la falta de información, crean más desconfianza con la ciencia y la tecnología, incluido el trabajo de los laboratorios farmacéuticos que están desarrollando las vacunas para el SARS-Cov-2 y sus mutaciones, así lo demuestran.
Dar la lucha por vivir con dignidad, y poder crear los cambios culturales necesarios para salir como sociedad fortalecidos, con nuevas prácticas sociales en todo, en especial para el tema de la salud en su sentido amplio, tanto física y mental, desde la prevención y también para repensar mundo de la educación y del trabajo, con todo lo que implica el desarrollo de la humanidad y sus relaciones con la naturaleza.
Habrá que pensar que solamente se pueden hacer planes, si hacemos que la desesperanza se vaya diluyendo, en tanto que hacemos que el presente tenga una alta dosis de coraje y compromiso con la vida, con la esperanza y con las posibilidades de diseñar un nuevo futuro humano, si vamos tomando en cuenta las lecciones aprendidas hasta ahora, y sólo entonces volver a hacer planes.