Revista Pikara Magazine
Por: Luisa Fuentes Guaza
La autora plantea la necesidad de un nuevo armazón político-público-doméstico-jurídico-retributivo-biointegrativo donde todas la actividades propias de la reproducción social están asimiladas como productivas con su correspondiente traslación retributiva.
Todas somos consciente de las luchas y conquistas de la segunda y tercera ola del feminismo, de todo lo que tenemos que agradecerle. Somos conocedoras de cómo tuvimos que asimilar y asemejar el sentir de nuestros cuerpos a los rasgos propios de las construcciones identitarias que ostentaban –y ostentan- el poder para poder continuar con la emancipación.
Sabemos cómo hemos tenido que masculinizar el sentir de nuestros cuerpos para salir del espacio doméstico; y con masculinizar me refiero a tener que ajustarnos a las lógicas del constructo falocéntrico “cuerpo-comunidad-masculino”, tales como el global linear thinking, la desafección emocional, la negación de la finitud física y de la otredad o colocar el principio antrópico, la escala del bio-cuerpo-hombre, como eje de coordenadas a partir de las cuales se miden e interpretan todos los sentires.
Sabemos que hemos tenido que externalizar o negar la maternidad para incorporarnos a las reglas del juego de la emancipación, siendo ésta la única estrategia posible para salir del arresto domiciliario que implicaba nuestro género. Desprendernos de la creencia de que todas las actividades productivas relacionadas con la reproducción y cuidado eran algo identitario en lugar de saber que eran –y continúan siendo– una asignación desde la división sexual del trabajo donde se expropió nuestro cuerpo para alimentar las demandas del arranque del capitalismo. Sabemos que lo reproductivo es una decisión, no un destino.
Sabemos que para soltar las cadenas tuvimos que asemejar nuestro sentir al de aquellos que ostentaban el poder y los privilegios. Tuvimos que asemejarnos al “amo”(1).
Pero el “amo” no menstrúa, ni gesta, ni pare, ni siente el apego inicial, ni puede lactar ni tampoco, históricamente, ha puesto su cuerpo a disposición del sostén. Pero teniendo presente que, aunque el “amo” esté asociado al bio-cuerpo-hombre, actualmente muchos asumen el sostén de las criaturas como parte de un proceso de despatriarcalización de la crianza y de la exhausta construcción de “padre”(2).
Además, al “amo”, al paterfamilias, al guardián de la lógica neofascista “lo-normal, lo-natural, lo-patriarcal” le interesa la homogenización de los cuerpos para que puedan ser fácilmente adaptables a las reglas de producción. Rapidito y que ningún cuerpo problematice nada por el camino. A este “amo” le interesa apuntalar la construcción de “lo-natural” como estrategia para reforzar los roles de género. Alimentar toda la mística que refuerza la mitologización de la feminidad.
Ilustración de Cristina Llanos de su proyecto «El pacto secreto»
Ese “amo” que exige la generación de riqueza de manera ágil, pero negando y devaluando una de las principales fuentes de riqueza de nuestra especie como animales-humanos: la creación y sostén de las criaturas que a su vez sostendrán al sistema que nos envuelve a nosotras y a ese paterfamilias; a ese “amo” que, negando su finitud física y la pertenencia a la otredad, ha podido sobrevivir tras ser operado por una neurocirujana que fue gestada y sostenida por un cuerpo racializado sometido a violencia institucional. Es decir, un cuerpo sometido a la continua negación de sus bioprocesos o procesos encarnados junto la desvalorización de sus bionecesidades por ser calificadas de esencialistas o biologizantes; lo cual descartaba la posibilidad de una estructura pública que los reconociera y abordara a nivel político; un cuerpo que tuvo que asumir esta situación cuando se responsabilizó de manera monomarental del trabajo materno que implicaba el sostén de su criatura tras su llegada en patera a la amada patria del “amo”, aceptando el mandato que le decía que todo ese trabajo de gestación y sostén no es sinónimo de riqueza.
Todo ese universo de riqueza emocional, física, pedagógica, social, intelectual, epistémica, estructural, no-normativa y subversiva que subyace en la reproducción social y en el trabajo materno fue y sigue siendo silenciado e invisibilizado. Esa potencia donde se aglutina una capacidad inmensurable hacedora de unos verdaderos presupuestos de igualdad y justicia, donde la diferencia no se disuelve con el sometimiento de uno al otro, sino que permanece como responsable de nuevos consensos, de nuevas configuraciones identitarias es sistemáticamente devaluado.
Todo este poderoso e indispensable territorio para la continuidad de la vida de los animales-humanos, del que parte la acumulación originaria y por lo tanto el anclaje base del turbo-capitalismo, es paradójicamente considerado no-productivo.
Llegadas a este punto, podemos sentirnos legitimadas para reclamar un proceso de desmantelamiento, que nos bulle en el ámbito generacional, de ciertas lógicas y mandatos sociales implícitos en todas las actividades propias a la reproducción social que enjaulan el sentir de nuestros cuerpos. Mandatos que niegan la dimensión epistémica, la de generar conocimiento, de unas corpoexperiencias o bioprocesos o procesos encarnados que a su vez arman unos ejes de coordenadas distintos a los planteados por la tercera ola del feminismo, los cuales gritan poder estructurar la dimensión política, pública y económica de la maternidad.
Legitimando la generación de estructuras públicas que reconozcan un movimiento de emancipación biointegrativo del trabajo materno como parte de un proceso más amplio de despatriarcalización del sentir de los cuerpos. Movimiento que también incluya desmontar el fuerte mandato social que se emite desde las estructuras hegemónicas que piensan en cómo tenemos que emanciparnos si queremos gestar y sostener; permitiéndonos integrar estos bioprocesos o procesos encarnados sin caer directamente en la descalificación de esencialistas.
Siendo conscientes del movimiento necesario desde el igualitarismo para asimilarnos al “amo”, al cuerpo que ostenta el poder y los privilegios, pero reconociendo también la permeabilidad hacia nuevos territorios de emancipación, en lugar de tener que asimilar el propio sentir a partir de todo el paquete de mandatos sociales y tecnologías normativas –educacionales, médicas, sociales, jurídicas, mediáticas y pedagógicas- que tutelan todo lo propio de la reproducción social dictando quiénes somos, cómo somos y qué debemos hacer una vez que aterrizamos en la maternidad.
Sabemos que llevar a cabo la emancipación, es decir, soltar las cadenas históricas, las asignaciones por género y todo aquello que refuerce estos roles no se puede hacer haciendo lo mismo. No se puede transformar algo repitiendo las mismas condiciones y presupuestos responsables de reproducir la base desigualitaria de la que partimos y de la que intentamos salir.
Para seguir leyendo el texto de Luisa Fuentes Guaza, te dejamos el link de Pikara Magazine.