“Te digo que te quieras, que te cuides, que te protejas, que te mimes, que te sientas, que te ames, que te disfrutes. Te digo que te quiero, te cuido, te protejo, te mimo, te siento, te amo, te disfruto”.
Eduardo Galeano
“Todo hacer es conocer y todo conocer es hacer”.
“Todo lo dicho es dicho por alguien”.
Humberto Maturana y Francisco Varela
La otredad es la capacidad de tomar consciencia de la individualidad de un sí propio, mirándose desde una perspectiva ajena a sí mismo. Introspección y reconocimiento. Consciencia de sí mismo desde la existencia de un otro, de los otros. Un adentro y un afuera, en la que somos alteridad desde un otro que nos constituye, a partir de lo que se nombra, de lo intangible e inteligible que está mucho antes ser. No sólo es un espejo, no es un mero reflejo. Es la apropiación como proceso inherente de desear ser un “sí mismo” a partir de aceptar la incompletud y con ello la “falta” que paradójicamente nos hace completos como persona. El otro nos constituye desde su mirada y desde el lenguaje que está antes de uno mismo y del otro también.
Jorge Wagensberg escribió: “La conversación es la posibilidad de darnos cuenta de que no todos ignoramos lo mismo”. La realidad que nos ha tocado vivir en los albores del siglo XXI nos pone ante la fragilidad de la existencia de la humanidad como especie y como proyecto civilizatorio. El desarrollo ha desarrollado un mundo injusto que se mueve pendularmente entre las capacidades y virtudes que nos hacen humanos y las demostraciones de crueldad y maldad que van en contra de los seres humanos y de la naturaleza. La constante que se va haciendo visible es la ausencia de la conversación sobre la vida misma, sobre lo que deseamos ser y sobre lo que esperamos del futuro, porque se trata de imaginarlo y de construirlo, no sólo de aceptarlo.
Pensar desde el otro, es la posibilidad de dar sentido al habla, lo que se dice y de la necesidad pensar, esto es, pensar la incertidumbre, para dar cabida a la curiosidad y al asombro, y crear alternativas para ser y existir, -existiendo y siendo a la vez- en lo individual y en lo colectivo. No hay manera de ser sin ser uno y sin ser con y desde para el otro, para los otros. No es juego de palabras. Es el reconocimiento de que “todo lo dicho esta dicho por alguien” y que sólo haciendo conocemos, nos conocemos y conocemos al mundo haciendo, en el sentido ontológico y real de la vida humana, con todo lo que implica la existencia como un hecho.
Cuando conversamos vamos experimentado la visión del otro sobre lo que se piensa con relación a uno mismo. Se puede observar cómo se depositan en el otro las ideas, los argumentos y las metáforas de las idealizaciones, los imaginarios, de las representaciones y de las demandas del deseo y de la búsqueda del objeto perdido, la “falta”. Se hacen juicios de valor y se expresan en palabras sentencias que parecen inapelables y obturan el pensamiento a primera vista.
Sin embargo, conversar es escuchar y es preguntar, para dar la posibilidad a la respuesta del otro, a compartir otras perspectivas desde el diálogo y con ello tejer un proceso de comprensión que no busca validar de forma simple lo que se dice y se piensa, que no es una escucha que no cuestionar, es una forma de compresión que no quiere encubrir y negar lo que somos, sino que parte de la contradicción, de la pregunta y parte del conflicto y da valor a la diferencia, hace que la alteridad sea esencia de lo humano y ahí encontrar respuestas a nuestras preguntas y demandas del deseo.
Comprender no es otra cosa que buscar las coincidencias entre las diferencias, y ahí radica la experiencia de libertad para aceptar y reconocer quienes somos, aceptando la “falta” y reconociendo a su vez la fuerza vital que se imprime en la búsqueda del deseo y del gozo como cuerpo, como lenguaje, e ir en contra de la represión, el miedo, la ansiedad y la desconfianza que también nos habita.
Es claro que no se puede vivir sin contradicciones, pero sí con las mínimas posibles. La perfección es arrogancia que encubre, niega y reprime eso que nos a moldeado y hace que el síntoma se exprese y que la repetición se convierta en la paradoja y la metáfora que limita las posibilidades del acceso al goce y al deseo, y por lo tanto a la plenitud personal en un contexto de realidad. El deseo y el goce es complejidad e inteligencia que se manifiesta de diversas maneras, muchas veces contradictorias.
Pensarnos desde el otro y ser para el otro es la reivindicación de lo profundamente humano. A veces sólo se necesita quien escuche y pregunte, que vea en las respuestas la posibilidad de asumir y cambiar. Quien se escucha a sí mismo y se permite transformar su existencia desde el otro y con el otro, es porque ha puesto en práctica, en el hacer, la posibilidad del análisis para sí y accede a la cura por la palabra, siempre y cuando se es escuchado y se es confrontado por doloroso y difícil que sea ante su realidad humana, a la vez de aceptarse uno mismo.
Se trata de transitar desde el inconsciente a la consciencia para hablar y actuar: y ser eso que tanto se desea ser -hacerse cargo-. Es abrir la posibilidad de nombrar y resignificar la trayectoria y la historia vida personal, como un todo, por demás complejo, indeterminado y singular que sea en cada caso, en el que se condensa y se sublima, que se hace vicariante, que se mueve (yo) y nos mueve (otros), con la energía libidinal que encuentra salida de cualquier forma posible- la pulsión de vida y la pulsión de muerte- en la que se expresa y se integra con palabras y deseos, con amor y goce, con dolor y sufrimiento, continente y contingente.
El otro entra en escena y nos da la oportunidad de revisar prejuicios, creencias, ideologías, mitos e imaginarios que la cultura nos impone. Asumir que también somos un otro para los otros, nos lleva a la ética de la responsabilidad y a la ética de las consecuencias. Construir un querer ser y un ser social, que nos convoca a ser un otro para los demás. Ahí radica la dimensión social, comunitaria y por lo tanto política.
Somos un otro, junto con muchos otros, con los demás. Somos seres individuales irremediablemente y necesariamente sociales. Reconocer al otro, al diferente a mí, es la oportunidad de reconocernos a nosotros mismos y con ello de apostar por la esperanza de tener un mundo justo, de tener una vida digna y mejor. Julio Cortázar escribió en Rayuela: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la misma vida defendiéndose”, y para eso se necesita que exista un otro y muchos otros. Otredad y alteridad. La inclusión y equidad por lo pronto serían las formas concretas de dar existencia real a muchos otros que hoy son discriminados, asesinados, invisibles y negados como personas.
Por: Arturo Mora Alva