Por: Julia Amigo
Curiosa, escribidora, granaína. Haciendo como que escribo una tesis doctoral en estudios de género y antropología. Tengo un blog personal un poco sideral: https://ursulauniverso.blog Instagram: ursulauniverso/
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Si una parte de la persecución contra las brujas en la América Latina se debió a aspectos relacionados con el cuerpo y las prácticas sexuales, la otra parte, y quizás la más importante, se refirió a las prácticas médicas y rituales que estas mujeres llevaban a cabo.
Ilustración de Cochi Guerrero
«En 1614, el comisario del Santo Oficio, de Méjico, abrió un interrogatorio relacionado con ciertos rumores que corrían sobre tres mujeres castizas y una mestiza, a quienes se acusaba de reunirse por la noche en un descampado y besarle el trasero a un macho cabrío, y de volar en forma de gallos y papagallos…»
Gustav Henningsen, La evangelización negra: Difusión de la magia europea por la América colonial
La caza de brujas supone aún en nuestros días todo un relato épico, al que se han ido añadiendo variados ingredientes ficticios. Muchos de los elementos que acuden a nuestra mente al pensar en brujas están sin embargo cargados de realidad. Sexo con animales, hechizos mortales o vuelos nocturnos sobre palos de madera forman parte de acusaciones reales que supusieron la condena de muchas mujeres en una caza que en la América invadida tuvo su auge en el siglo XVII.
Marginalidad, resistencia, cuerpo, sexualidad, medicina, hechizos, animales y mujeres que levitan y vuelan son algunos de los temas que conforman el complejo suceso de la caza de brujas en los territorios americanos colonizados. En este análisis, cobran especial relevancia los documentos inquisitoriales y causas criminales contra las brujas que se conservan en los archivos.
Sexo, ungüentos y aquelarres
La imagen de la bruja comenzó a forjarse en el siglo XV en Europa y posteriormente en la América colonizada. En los territorios americanos invadidos, diversas investigaciones dan cuenta de actas de tribunales de la Inquisición de lugares como Cartagena, Nueva España o Lima, que recogen casos de mujeres (y escasos hombres) acusadas de brujería. En estos documentos las referencias al cuerpo y a las prácticas sexuales son constantes. Los supuestos pactos con el diablo y otras criaturas maléficas se realizaban vía corporal, por encuentros sexuales, ungüentos o heridas y marcas.
El diablo en tierras invadidas no era una figura equiparable al demonio europeo, de hecho, tanto para las personas indígenas como para las afrodescendientes “el demonio es un ser ligado a procesos de curación y de manipulación de la energía generativa del universo, expresada en temas como la alimentación y la sexualidad. … Para el europeo, y en especial para el inquisidor, se trata de Luzbel, el archienemigo del bien y la causa de la presencia del mal en el mundo” (Betty Ossorio, en Brujería y chamanismo. Duelo de símbolos en el Tribunal de la Inquisición de Cartagena (1628)).
Los pactos con el demonio eran considerados herejía, de modo que los poderes eclesiásticos interpretaban todo aquello que se saliera de la cosmovisión cristiana como posibles acercamientos al diablo. Muchas mujeres terminaban confesando bajo tortura, admitiendo que el supuesto pacto era algo recíproco. Ellas, supuestamente, se ponían al servicio del maléfico a cambio de ciertos favores o poderes, pudiendo ser esto una justificación de cara a los poderes eclesiásticos de sus conocimientos medicinales y rituales.
Los conocimientos que estas mujeres poseían sobre sexualidad, erotismo y amor, o simplemente sus costumbres y elecciones vitales en materia de afectos, las convirtieron en el centro de la diana de los colonizadores, que vieron en ellas una representación del mal similar a la de sus hermanas europeas. De hecho, como indica Silvia Federici en Calibán y la bruja, “la nueva legislación española, que declaró la ilegalidad de la poligamia, constituyó otra fuente de degradación para las mujeres”, puesto que supuso la condena de una parcela de libertad que estas habían cultivado, al ser muchas de ellas viudas o solteras.
Así, se instauró desigualdad donde antes existió diferencia en lo tocante al género, y se promovió miedo y represión allí donde antes habían existido otros modos de entender la vida, las relaciones y los afectos. No es de extrañar pues que estas mujeres decidieran empoderarse desde esa expresión de su sexualidad, llegando muchas a describir al príncipe del mal en sus testimonios como una criatura real, temible, pero sin embargo atractiva en su perversidad.
Si una parte de la persecución contra las brujas en la América Latina se debió a aspectos relacionados con el cuerpo y las prácticas sexuales, la otra parte, y quizás la más importante, se refirió a las prácticas médicas y rituales que estas mujeres llevaban a cabo.
En Europa, allá por el siglo XIII, comenzó a institucionalizarse la ciencia médica. En general, las clases dominantes y poderosas poseían sus propios médicos de corte, varones y ocasionalmente sacerdotes, que actuaban protegidos por la Iglesia. Sin embargo, las clases más pobres y campesinas acudían a mujeres sabias, las brujas, que poseían infinidad de remedios cuyos efectos habían sido probados empíricamente tras años de uso. De hecho, muchas de estas fórmulas y ungüentos siguen usándose en la farmacología moderna.
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