“Ya me encontré a mi mismo en una esquina del tiempo. No quise dirigirme la palabra, en venganza de todo lo que me he hecho con saña”
José Emilio Pacheco.
Para Adriana Alcaraz, porque conoce del dolor humano y porque ayuda a que las personas puedan ser mejores seres humanos, y porque deseo que este lo mejor posible en estos tiempos terribles de pandemia, de país y de las circunstancias y experiencias que estamos viviendo.
Confieso que esto que ahora escribo es por ahora el texto más difícil que he escrito. Tanto por lo que quiero compartir, como por el contexto en el que lo escribo. Cada letra, cada palabra me pesan. Escribo y regreso a la idea que plasmé, busco que tenga sentido, coherencia, que tenga una sintaxis o al menos una entendible redacción, no tengo la ilación como en otras ocasiones, me cuesta concentrarme, el desasosiego me ha tomado en sus garras.
El dolor me invadió y con ello muchas emociones y también sentimientos que se han desbocado en mí. A quien le estas líneas les ofrezco una disculpa desde ahora, no quiero llevarlos a la tristeza o desolación, pero creo que hablar, escribir puede ayudar a tejer un espacio de comprensión del dolor humano e intentar que la soledad y el sufrimiento no sea el único refugio para querer enfrentar la tristeza y la realidad por cruel y terrible que sea.
Me confieso profundamente triste, impotente. Me doy hoy a la tarea de escribir como un acto de auto reanimación, por que en el fondo de esta melancolía que ahora siento, es evocar y sentir las experiencias que he vivido de estar cerca de la muerte y que ahora convoco por nuevas circunstancias dolorosas que en las que estoy. También tengo que decir que tengo la buena fortuna de vivir una experiencia que me ha marcado definitivamente y profundamente, y que me hace sentir que puedo redimirme y lograr dar sentido de vida, y salir de la pena que siento. Me aferro a la idea y esperanza de que puedo salir esta vorágine de pensamientos, sentimientos e ideas que rayan en la desmesura y en el delirio. No sé si lo lograré, pero apostaré por ello con el resto de la vida que tengo aún.
No soy un hombre perfecto, he estado en falta desde mí historia y en los tiempos que me ha tocado vivir, pero, sé, que también no he sido una mala persona. Confieso que a veces no he alcanzado a comprender mis actos, que soy muy ingenuo, que no veo cosas que otras personas ven, que parto de la buena fe en el otro, pero que he sido torpe, a veces egoísta, con cierto narcisismo, ese, que no te dejan ver lo realmente deseas ser y lo que provocas.
Confieso que he buscado conocerme, pero la verdad uno no alcanza nunca verse del todo y sobre todo poder hacerlo a tiempo. He cometido errores y tomado pésimas decisiones, que cobran sin escrúpulos las facturas. He asumido, al menos eso creo, las consecuencias de mis actos, pero, aun así, los sentimientos que me invaden en estos días, que por demás son terribles, me exigen tomar de mí y de la vida que aún está en mis raíces y que el llanto ha estado regando sin ninguna reserva, y que tomó la decisión y la convicción de poder hacer todo lo que este en mí, para poder llegar a ser la posible mejor versión de mi mismo, eso espero, es una confesión.
La experiencia, los aprendizajes y aún las carencias y los faltantes que tengo por ahora, deseo ponerlos en el escenario de mi contexto actual, para intentar compensar y resarcir mis miedos, mi falta de valentía, mis temores ingenuos e infundados y pedir disculpas con el corazón en las manos a quien he lastimado y con ello, poder poner las acciones sean necesarias, para lograr reparar el daño que he causado sin ninguna intención a quien quiero y amo.
En unas semanas cumpliré 60 años y la vida me ha puesto en la posibilidad de hacer una autocrítica profunda, seria, que ahora la hago sin darme ninguna ventaja y sin recurrir algún atajo o pretender un auto engaño. La muerte que esta rondando desde hace un año y dolor que causa, la angustia que se siente ante las pérdidas de personas y ante otras historias cercanas de enfermedad y sufrimiento por el Covid-19 y por otras causas, hace que el duelo se instale como algo permanente y creo, deseo y espero que tenemos que hablar entre nosotros, con la familia con los amigos, con los compañeros de trabajo, de escuela y decir lo que se siente para ayudarnos a salir de ese luto, de ese sufrimiento que para muchos es un abismo que parece que no tiene salida y si la tienen, si es que tejemos juntos cuerdas y redes para la solidaridad y la sororidad.
La vida me ha llevado a permitir buscar integrar lo que siento y lo que pienso. Nada fácil, en una cultura que vende la escisión como manera de existir, en la que se nos condiciona a querer racionalizar todo y buscar en las ideas, los mitos y las creencias, incluidas las religiones y las ideologías políticas una posible explicación y justificación de lo que hacemos y somos, pero pocas veces en la responsabilidad de hacernos cargo de la existencia personal y social con todo lo que implica nuestro actuar, con todas sus repercusiones y sus costos. Lo sé y lo he vivido, lo confieso.
Sé que sólo desde el dolor que se siente desde el otro y con el otro y como un espejo de uno mismo es que se puede entender la otredad y tal vez a uno mismo, y ver si tenemos desde ahí, la sensibilidad y la inteligencia para dar sentido y valor a los momentos efímeros de felicidad y alegría que hemos experimentado. El ser humano es muy complejo, su conformación como sujeto esta matizado por sus vínculos y por su historia internalizada, la tensión entre la consciencia y el inconsciente nos van definiendo y nos ponen en los filos, bordes, aristas y contenientes de la compleja y escrutable condición humana, con todo su esplendor y su miseria, con su inteligencia y con su estupidez. La historia social y personal así lo demuestra.
El dolor que ahora siento, pasa por ver lo que sucede en el mundo, en el país, en mi ciudad, en mi vida. Quiero poder ir entendiendo lo que pasa, y buscando comprender aún quien soy y estoy siendo. Duele, y duele mucho porque es enfrentar el fracaso, la frustración, aún el desamparo que se llega a sentir en los huesos, en el cuerpo y en el alma.
El reto, eso creo, está la opción de tomar la vida de frente, sin evadir, sin justificar, sin buscar culpables fuera de uno mismo, para entonces asumir la responsabilidad se ser uno mismo e ir aceptando que también hacemos daño y lastimamos a las personas que están a nuestro lado, pero que también, podemos actuar y poner lo que todo lo que somos, para lograr crear felicidad, es un bien, que algo real, que no es una ilusión que se puede dar paz y tranquilidad y dar certeza y seguridad a quien queremos y amamos.
“Al trabajar con los afectos y las emociones la poesía no ha hecho más que adelantarse al psicoanálisis”, escribió Freud, y quien escribe poesía nos da palabras para redimirnos, para sentir y pensar y para buscar poner en palabras eso que muchas veces se hace impronunciable y que tortura o bien alegra el corazón. Tomo un poema de la Premio Nobel de literatura 2020, la estadunidense Louis Glück “Confesión” que tome para escribir y comparto un poema de José Emilio Pacheco, “Ver la luz” que hizo pensar en todo lo vivido y que me animó también a escribir esta “confesión”.
Confesión
Decir que no tengo miedo
no sería cierto.
Tengo miedo de la enfermedad, de la humillación.
Tengo mis sueños, como todos,
pero aprendí a ocultarlos,
para protegerme
de la consumación: toda felicidad
atrae la ira de las Parcas.
Son hermanas salvajes.
Al fin y al cabo, no tienen
otra emoción más que la envidia.
VER LA LUZ
¿Qué se verá originalmente en el útero?
Acaso nada resulte claro.
Somos como otros peces que han nacido del agua,
Totalidad de su visión.
Para hablar del nacer
decimos siempre:
«Vio la luz» o bien: «abrió los ojos».
Somos sujeto y objeto
De esa luz que dibuja la realidad
Y nos obliga a inventarla.
Y por ello al final todo se apaga.
Entre la sombra sólo queda espacio
Para los cirios funerales:
última luz que siempre abre camino
A las tinieblas del origen.
Por: Arturo Mora Alva