Sin fanatismos, sin resignación

Arturo Mora Alva

“Hay un tiempo en el que es preciso abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo, y olvidar nuestros caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el tiempo de la travesía: y si no osamos hacerla, quedaremos, para siempre, al margen de nosotros mismos.”

Fernando Pessoa

“Es posible que el síntoma requiera actuar sobre la patología profunda y que debamos ponernos en búsqueda de una vacuna contra el éxito y la dominación de la autodestrucción.”

Jean-Luc Nancy

Año 2021 que inicia con la inercia propia de la historia social y de un contexto político que se hace inasequible para la mayoría de las personas. Así, pareciera que todo se repite, que las respuestas son las misma, que lo que se espera se pone como un buen propósito. Algunas veces la vida misma toma rumbos inéditos, lo importante sería que esos nuevos derroteros sean por la voluntad de crear nuevos caminos, y encontrar otros horizontes, tener nuevas preguntas y arriesgarse a vivir con plenitud y a luchar por la dignidad de todas las personas.

Hay cierto idealismo, y también mucho de romanticismo, al pensar que nos podemos hacer cargo de lo que sentimos, de lo que pensamos y que buscamos actuar en consecuencia. Deseamos hacer una apuesta por ser nosotros mismos. La dimensión de lo humano nos lleva a la contradicción, desde el esplendor de la cultura, -el arte y del lenguaje especialmente-, hasta la barbarie, -guerra, destrucción de la naturaleza, junto con la exclusión social en todas sus formas-.

La posibilidad de pensar el futuro nos lleva con una facilidad extrema a la fantasía, y a una idealización de lo que esperamos que suceda y que nos cambie la vida. Retar a la realidad es desafiar a las ideas, que las más de las veces, son preconcebidas desde los estereotipos y desde un lenguaje que ha moldeado la conciencia. Somos un producto cultural, la realidad es una construcción social que busca crear certezas propias que propias de un mundo que le gusta lo fijo, lo estable, la norma, y deber ser que se presenta en apariencia lleno de certezas, de verdades morales, jurídicas y religiosas que distorsionan los hechos y abren paso a la subjetividad y la interpretación personal y social de la vida, creando espejismos, ilusiones y mitologías a las que nos aferramos sin reflexión y  sin poder desarrollar un pensamiento crítico, que sin duda muy urgente en estos momentos de la historia.

La diversidad del pensamiento nos enriquece y nos permite explorar no sólo la capacidad imaginativa de los seres humanos, sino las posibilidades de diseñar realidades sociales y humanas que den sentido y oportunidad a la especie humana como tal. Imaginar que es posible construir realidades distintas a lo que se impone como una realidad acabada, es el motor de la libertad y de esa capacidad que tenemos desde la inteligencia, y la de no estar satisfechos con lo que hay, con lo que se nos presenta como inamovible, porque en el fondo, no hemos podido crear y un mundo de iguales, radicalmente iguales, en donde las diferencias nos humanicen y nos hagan reconocernos “idénticos”  pero profundamente humanos.

El problema se hace muy complejo, porque, la realidad cultural ha tenido un devenir que busca imponer versiones sobre la interpretación de la realidad -sobre la explicación de la existencia humana-, y aparece entonces el dogma y la ortodoxia con relación a las normas que se aplican a partir esa lectura particular del mundo. Ahí radica el fundamento de los fanatismos. En este mundo plural y ahora densamente poblado e intercomunicado como lo es el del inicio de la tercera década del siglo XXI, los fanatismos buscan imponerse como verdad absoluta. El saldo es la intolerancia y con ello la barbarie.

Nos falta mucho como civilización para tener un pensamiento complejo, como ha propuesto Edgar Morín, en el que respete la singularidad y que reconozca la diversidad en todas sus expresiones, que de paso a las ideas que nos pueden llevar desde la comunicación y el diálogo fraterno a tener un esquema de una “Ética Mundial” que sea un gran andamiaje social, económico, cultural y político que permita potenciar las cualidades y capacidades de los seres humanos. Necesitamos aceptar que es posible trazar un desarrollo civilizatorio, aún idealista, que apunte hacia un horizonte humano, que este centrado en la fraternidad y la sororidad, lo que sería a su vez, una base sólida y una opción para deconstruir y desmantelar todos los fanatismos, que ahora son, en buena medida la causa del sufrimiento, del dolor, de la crueldad y de la muerte en nuestras sociedades, pretenciosamente modernas y civilizadas.

Una de las expresiones que tienen los fanatismos y los dogmas en los que se sostiene es la resignación, figura lingüística que convoca a la aceptación pasiva, -con paciencia y conformidad- de la adversidad, del sufrimiento, de la injusticia, del dolor y la tragedia. Aceptar que la resignación es inmovilidad, es domesticación, es anomía social, es ataraxia, es la negación más profunda del espíritu y de la libertad humana nos puede ayudar a cambiar la realidad. La rebeldía es el punto de partida fundamental para iniciar la construcción de una sociedad más humana personal y social, que apunte a la configuración de un nuevo mundo posible y que deje atrás la resignación como falsa defensa y frágil refugio de las verdaderas necesidades y aspiraciones de las personas.

Año nuevo, vida nueva se repite como simple consigna. Los deseos son lo que nos mueven y nos hacen estar vivos, dando la pelea por la existencia. Caminar con otros, ser solidarios, en la amistad y el amor nos puede dar la oportunidad para luchar con y para el otro. Actuar con una mística nueva y con la voluntad de construir utopías que se encarnan en las personas que conocemos y amamos es la tarea que podríamos asumir con acciones colectivas, centradas en el diálogo y en el conocimiento, pero sobre todo en el reconocimiento del otro, del diferente a mí y configurar un “nosotros” humanamente libre. Raíces profundas tenemos, si pensamos en la maravillosa oportunidad de tener conciencia de nuestra existencia y de nuestra finitud, así como de la voluntad que podemos poner en nuestros actos. Amor, amistad, bondad, fraternidad, comprensión, entre otras palabras, son las que podemos llenar de sentido, de sueños, de deseos, de significado y hacer que la vida sea digna de ser vivida, no sin antes reconocer la condición humana, imperfecta, incompleta, siempre en falta, y desde ahí buscar y encontrar la felicidad y la plenitud. Zarpar a la travesía que implica dejar los fanatismos y la resignación atrás, es un desafío. Estoy seguro que esto nos puede ayudar a sacar las mejores lecciones de esta pandemia e iniciar a crear un mundo diferente y con la posibilidad de que sea viable para toda la humanidad en el largo plazo y que nos pueda llevar pronto, muy pronto, a vivir sin fanatismos y sobre todo sin resignación.

Por: Arturo Mora Alva

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