He visto mujeres que son esposas, madres, empleadas y/o emprendedoras, amigas, colaboradoras de su comunidad. Mujeres que dan el 100% todos los días y a todas horas, siempre arregladas y luciendo una sonrisa, levantando la mano para ser voluntarias en su iglesia, en la escuela de sus hijos o en algún proyecto social; siempre disponible para asistir a reuniones familiares.
Pero no todo es miel sobre hojuelas, un buen día se encuentran atrapadas, se sienten exhaustas e infelices y no entienden por qué si tienen “todo” lo que podrían querer, están llenas de bendiciones. Esta maraña de sentimientos acarrea culpabilidad, se sienten culpables porque de alguna manera, todo lo que tienen, no les es suficiente.
Si nos ponemos a observar cuidadosamente, de alguna manera la sociedad se las ha ingeniado para poner a la mujer en un lugar sobrenatural. Ella DEBE ser capaz de hacerlo todo, hacerlo bien, con una sonrisa en la cara, viéndose espectacular y, sobre todo, que no se note que le cuesta trabajo o que le pesa o que simplemente no quiere hacerlo.
Encima de todo esto y como cereza del pastel, debe hacerlo en silencio, aislada, sin pedir ayuda porque esto denotaría que no es capaz, que no es suficientemente buena, que es el eslabón débil…sería vista como menos que las demás.
Pero no nos hemos dado cuenta que la mayor parte de las mujeres están así, en mayor o menor grado, interpretando el papel de la mujer “perfecta”, de la mujer fuerte con energía para todo y para todos y que en realidad se encuentra aislada por el “bozal” psicológico que se les ha instalado desde la niñez. Ese bozal es tan fuerte y sutil a la vez que no las deja pedir ayuda, no les permite expresarse sincera y genuinamente, no les permite decir “no”: no quiero, no me corresponde, no tengo tiempo, no tengo ganas. Este bozal está condicionado para que ellas digan solamente lo socialmente correcto y aceptable, que va a variar según el entorno social, cultural y económico en donde ellas se hayan educado, donde hayan crecido.
Y la ironía de la vida es que, quienes las juzgan más por no cumplir ese rol, desgraciadamente, son las mismas mujeres. Peor aún, las más tajantes y crueles son las mujeres más cercanas, las más allegadas, las que las vieron nacer y crecer, ellas que tienen un vínculo emocional estrecho con ellas, las mujeres que son parte de su familia.
La razón del exceso de deberes y de imponer el bozal psicológico es muy sencillo, tan básico que resulta ridículo. Todo está en mantener a cada mujer ocupado, distraídas para alejarlas de sí mismas, alejarlas de su voz interior, procurar hacerlas perder su centro. No permitirles escuchar sus necesidades, no permitirles escuchar sus sueños, mantenerlas ocupadas cuidando de los demás antes de cuidarse a sí mismas.
Porque en el momento que las mujeres comiencen a escucharse, a poner su atención en ellas mismas, serán capaces de conocer su fuerza y determinación, conocerán sus deseos más profundos, conectaran con su naturaleza y con su propia espiritualidad de maneras insospechadas. E inevitablemente trabajarán, trabajarán incasablemente para lograr lo que ellas desean, cumplirán sus metas y sueños, serán capaces de tener independencia económica, emocional y psicológica.
Como consecuencia, podrán ver a otras mujeres con amor, dejando de juzgar y deseando que ellas también logren la plenitud; acompañando y respetando el camino de otras que, como ellas, busca expresar su ser interior en alguna de las miles de formas que la creatividad femenina hace presencia en las mujeres. Las mujeres dejaran de ser jueces y verdugos de otras mujeres y comenzarán a ayudar a que ni una mujer viva con el bozal psicológico que demanda obediencia y sumisión de la mujer “perfecta”.
Por: Nelumbo Nucifera