El horizonte utópico de las mujeres

Verónica Vázquez Piña

Sororidad: pacto político de género entre mujeres que se reconocen como interlocutoras para enfrentar la misoginia, el empoderamiento de las mujeres y la construcción de la igualdad.

Marcela Lagarde

Nacer o ser mujer implica vivir en un cuerpo sujeto a la dominación masculina, a estereotipos de género y a violencias de todo tipo, es decir, que la diferencia sexual entre ser hombre y ser mujer, son distinciones que se construyen social y culturalmente de las cuales se definen conductas, roles y valoraciones marcadas por esta diferencia y que utilizamos como categoría analítica: el género.

Desde las primeras ancestras, las luchas feministas han dado significado a las injusticias y desigualdades en las que vivimos buscando construir un mundo mejor. Entender que a pesar de que en la mayoría de los países democráticos la igualdad formal aún no se traduce a una igualdad sustantiva, que no es lo mismo ser mujer indígena, afrodescendiente, de clase baja, joven que ser mujer que vive en una gran ciudad con acceso a la educación superior para que tus derechos sean garantizados.

En la Encuesta Nacional de Dinámica en los Hogares 2016 cuando se pregunta a las mujeres de 15 años o más, si alguna vez han vivido violencia, el 66.1% lo reconoce y, principalmente, la violencia se da en las casa, los agresores son familiares, amigos y conocidos. La violencia escala igualmente a los demás ámbitos de la vida, en el trabajo, la escuela, el espacio público. A todas nos atraviesa.

Para Ana Falú (2008, 29) “Están en juego, como siempre el cuerpo de las mujeres, ese territorio para ser ocupado, ese territorio-cuerpo concebido como mercancía apropiable, percibido como disponible. Y también lo está el cuerpo de las mujeres como categoría política, como ese lugar primero en el cual ejerces los derechos y resistir a las violencias: el cuerpo como resistencia.[1]

Por eso se vuelve fundamental que la normalización de la violencia por ser mujeres pase a reconocerse como un delito, como un crimen de odio, no se puede seguir tolerando que las mujeres no puedan caminar libremente, que tengan horarios de vida en el espacio público para que no sean sujetas aún más a las violencias la sexual y psicológica o hasta el feminicidio.

El andamiaje legal y de consciencia que poco a poco en México se ha construido para que esto cambie radicalmente, últimamente ha encontrado un ímpetu desde las redes sociales mujeres, activistas, académicas, estudiantes, hartas de vivir existencias llenas de violencias han levantado la voz, se han organizado para combatirlas y visibilizarlas en #NiUnaMás, #NiUnaMenos, #Yositecreo, pero una parte fundamental es la creación e implementación de políticas públicas con perspectiva de género que transformen estas dinámicas sociales de desigualdades y opresiones para que las mujeres sean sujetos de derechos y el Estado les garantice una vida libre de violencia.

Ese espacio público donde se construye la ciudadanía en el intercambio de opiniones, en la presencia en la toma de decisiones ha sido históricamente habitado por los hombres, gracias a las luchas feministas de la primera y segunda ola donde se han reconocidos los derechos de las mujeres para votar y ser votadas, para ocupar este espacio político como deuda del proceso de modernización de la Ilustración que nos dejaron fuera, con el ejemplo de Olimpia de Gouge que le costó su vida por escribir la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana[2] después de la Revolución Francesa.

Hemos logrado mucho para estar presentes en todos los espacios, la perspectiva de género es la que nos permite, a través del conocimiento sistematizado de estas dominaciones, construir un horizonte utópico que permita no sólo dotarnos de herramientas conceptuales para emancipar a las mujeres y buscar la  autonomía de una vida donde el “ser mujer” no implique debilitar la autoestima femenina, ni vivir con sentimientos de inseguridad,  de dependencia social y económica, sino que el ser mujer pueda ser un lienzo en blanco dónde cada una se dibuje a partir de una realidad social libre de estereotipos de género, raza, preferencia sexual, donde la convivencia humana sea la búsqueda de un entendimiento para vivir mejor como comunidad y en el planeta entero, porque para mí no hay feminismos desvinculados a las otras problemáticas sociales y ambientales, y eso sólo se puede lograr si encontramos en otras mujeres, ecos de reflexiones, acompañamiento en nuestros dolores y en nuestras alegrías, una meta en común para organizarnos.

¡Juntas podemos lograrlo!

[1] Falú, Ana (2009). Violencias y discriminaciones en las ciudades. En Falú, Ana (ed.) (2009)-Mujeres en la ciudad. De violencias y derechos. Red Mujer y Hábitat de América Latina. Ediciones SUR. Santiago de Chile, pp. 15-38.

[2] https://www.marxists.org/espanol/tematica/mujer/autores/gouges/1791/001.html

Por: Verónica Vázquez Piña

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