El poder de las reglas

Verónica Vázquez Piña

En la generación moderna problemática que toma Coca-cola y que habla por teléfono y que escribe poemas en el dorso de un cheque. Somos la raza estrangulada por la inteligencia…

Rosario Castellanos

Mi hijo me compartió una reflexión: las niñas y niños son diferentes, no sabe cómo explicármelo, pero así es, como feminista y madre que lucha por develar este orden sexista y construir un horizonte utópico de igualdad y justicia o al menos de otros mundos posibles, me quedé atónita, y pregunté ¿en qué son diferentes? ¿los niños pueden llorar? ¿a las niñas les pueden gustar el fut? Y me dice ya sé -con cara de resignación- es por culpa de las casi absurdas reglas. Me quedé pensando gravemente, ¿cuándo estas reglas morales, culturales son absurdas? y ¿cuándo las reglas son tan poderosas hasta para poder combatir o al menos paliar los efectos de la pandemia y muchos otros males que nos aquejan?

Pero ¿vivimos felices? Las desigualdades entre hombres y mujeres en el acceso al empleo, en la misma remuneración por la misma tarea, son cuestiones que están en norma jurídica, en Constituciones y tratados internacionales pero qué en la vida práctica y sustancial de las mujeres no lo vemos reflejado, hemos vivido en un sistema donde el callarnos y conformarnos con lo que nos toca es mucho mejor que salir a gritar todas las injusticias, pero esto no siempre ha sido así ni todas han preferido callarse, y por eso, nos encontramos en una nueva revuelta llena de hartazgo de que se quieran controlar los cuerpos de las mujeres, el dinero, su toma de decisiones, si quiere ser madre o no, qué quiere estudiar y dónde quiere vivir, o tan sólo poder vivir una vida libre de violencias machistas.

¿Qué reglas queremos que operen en nuestras comunidades? ¿puede ser la regla la violencia y la excepción la paz? ¿Podemos como mujeres salir vestidas como nos plazca sin ser acosadas y asesinadas?

Sí necesitamos las reglas para vivir, para organizar la forma en la cual normalizamos comportamientos y actitudes, entonces esas reglas -tan absurdas- que perpetúan un mundo desigual tendrían que cambiar y convertirse en clave feminista.

¿Cómo empezar? Lo primero sería encontrar qué reglas regulan nuestros comportamientos quitándonos libertad con lentes de género, los hombres pueden ser libres de experimentar su sexualidad y las mujeres no… ¿por qué? ¿quién debe decidir sobre la expresión y experiencia de la sexualidad de las personas?

La primera absurda regla es la heteronormatividad con todo su mandato sobre cómo es ser Mujer y ser Hombre, si la falsa igualdad nos impone que a partir de nuestras corporalidades nos corresponde completarnos en el otro sexo, movimientos, forma de vestir y de actuar pero si cada persona es única, debería ser libre para ejercer su subjetividad cómo mejor le plazca, es decir, que la identidad que no puede desligarse del sexo y de género encuentra una prisión para formatearnos si además en todas las instituciones desde la familia, la publicidad, las leyes reiteramos este orden sociocultural.

En esa multiplicidad que existe y se repliega muchas veces ante las reglas, debemos entonces continuar con la enunciación de las siguientes absurdas reglas, los trabajos de cuidados son tareas de las mujeres, ¿en qué cabeza cabe que el cuidado debe ser sexista? Sí logramos desmontar que la agresividad es constitutiva de los hombres y la sumisión de las mujeres, que no estamos viviendo para completarnos unos a otras y que la vida en comunidad es encontrar las maneras para convivir pacíficamente y encontrar la mejor manera de resolver los conflictos a través del diálogo y los acuerdos, entonces ¿por qué a los hombres se les niega las actividades de cuidado? ¿por qué no pueden ser eficientes, afectuosos y responsables tanto de sus aprendizajes socioemocionales como de las tareas domésticas que permiten el cocinar, limpiar, bañar y atender a las niñas y niños, y personas de edad avanzada que lo requieran?

Exposición del arte conceptual de Mónica Meyer y Víctor Lerma en el Festival Cervantino

El poder de las reglas no radica en romperlas, aunque hay infinidad de ellas que debemos hacerlas añicos, todas esas que nos limitan y nos hacen dejar de lado sueños y experiencias por estar sustentadas en el patriarcado. El poder de las reglas se ubica en la potencialidad para ser grandes transformadoras de experiencias democráticas, que nos permitan desde nuestras propias experiencias y voces, acordar cómo queremos vivir. Podemos acordar nuevas visiones de trabajo repartido no por sexo ni mandatos de género, poner al centro la comunicación dentro de las familias, trabajos, escuelas, administraciones públicas, la escucha  y participación, donde la imagen no esté dominada por el capitalismo y su dinero, donde las relaciones puedan ser de confianza y no de violencia, donde prime la concordia, la amabilidad y la racionalidad de nuestra mismidad como gestión autónoma de nuestra libertad.

Por: Dra. Verónica Vázquez Piña

Comments (01)

  1. Coincido absolutamente.
    Una anécdota: fui al ministerio público a una alcaldía por X razón y entre sus empleadas, encontré a una licenciada ataviada a las 10am. con una vestimenta provocativa y que se usaría para uña fiesta y si bien aceptó que las mujeres tenemos el derecho de vestirnos cómo nos plazca y mostrar la parte de nuestro cuerpo que más nos guste, me parece qué hay “reglas” que no necesariamente tienen que ver con el patriarcado.
    Yo no podía presentarme a dar clases en la universidad en “traje de baño” aunque hiciera mucho calor o mi hija presentarse a la escuela vestida de “Supermán o Batman”, pijama o buzo.
    Sin embargo sí fui criticada por manifestar mi molestia ante su “jefe” sobre la Lic., la cual para un recinto en el que llegan mujeres violentadas entre otrxas víctimas y hombres golpeados o que han sufrido golpes por asaltos y otros delitos, no me pareció el lugar adecuado para vestirse como lo estaba esta persona.
    Entiendo que muchos códigos de “etiqueta” siguen principios sexistas y machistas, o principios capitalistas de códigos de vestimenta, pero me parece que la prudencia debe caber, sobre todo en lugares tan sensibles sin distinción de género.
    Y admito que quizás con el tiempo, podamos ir a dar clases con pijamas o en traje de baño…

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