Cuando mencionamos la palabra “poder” al hablar del hombre, normalmente pensamos en los privilegios que tenemos por encima de las mujeres. En cómo la cultura y sociedad, a través de muchas generaciones, han desarrollado estos “roles” donde el hombre es superior, el único capaz para liderar, el único con acceso al poder.
Pero no es este poder del que quiero hablar. El poder al que me refiero, es el que desarrolla un hombre al estar plenamente conectado con su masculinidad sana. El mismo poder que se ha ido perdiendo poco a poco, llevándonos a un lado hyper masculino y rechazando la feminidad en nosotros mismos y los demás, o conectándonos ampliamente con nuestra feminidad, pero lejos de nuestra masculinidad, permitiendo que otros tomen las riendas de nuestras vidas y seamos manipulables por cualquier persona por la que tengamos interés.
El machismo no es la única expresión de una masculinidad dañina. También existe un arquetipo conocido como “El síndrome del chico bueno”, propuesto por el Dr. Robert Glover.
Estos hombres son fáciles de identificar: buscan siempre la validación de otros, buscan complacer a todo el que los rodea, ponen primero las necesidades de otros antes que las suyas. El que comúnmente cae en el “friend zone” y termina quejándose y ofendiendo a las mujeres en su vida por el hecho de “rechazar a los hombres buenos”.
Ninguna de estas formas expresan el poder que un hombre lleva dentro de sí. Y son cada vez más los hombres que se alejan de poder expresarlo, por los hábitos, formas de educar a nuestros hijos y los paradigmas que hemos ido desarrollando. Pero sobre todo, lo que hemos dejado de hacer y nos hace falta trabajar en nosotros mismos.
En este escrito quiero hablar sobre 6 puntos que menciona el Dr. Robert Glover, sobre lo que un hombre debe hacer para reconectarse con su verdadero poder. El mismo con el que nacemos todos, pero vamos perdiendo conforme aceptamos el molde que la sociedad nos va imponiendo, porque nos queda chico.
El primer punto es rendirse.
Rendirse no significa darse por vencido, o dejar que otros hagan lo que quieran con nosotros. Rendirse significa soltar, dejar ir lo que no se puede cambiar y enfocarnos en lo que se puede cambiar, lo que está en nuestro control. Tampoco significa no preocuparse o no intentarlo, sino dejar ser, y en lugar de tratar de controlar nuestras vidas y su complejidad, responder a la belleza de la misma. Nos ayuda a desarrollar un aprendizaje, crecimiento y creatividad.
La rendición nos permite ver las experiencias de la vida como un regalo para estimular el crecimiento, el sanar heridas y el aprendizaje. Te impulsa a moverte del “¿Por qué está pasando esto?” al “¿Qué necesito aprender de esto?”.
En mi historia personal, he vivido la rendición en un par de momentos difíciles de los últimos años. Desde haberlo perdido todo en mi ciudad natal, mi trabajo, mi pareja, muchos de los que consideraba amigos, por una noticia falsa. Pasé un mes hundido en depresión pensando infinitamente en cómo salir de ahí, cómo solucionarlo, cómo recuperar lo perdido. Intentando controlar lo que estaba fuera de mis manos. Hasta que me rendí.
En otra ocasión me quedé sin ingresos en Ciudad de México. No sabía siquiera qué iba a comer al siguiente día, o si tendría algo para comer. Fueron un par de meses en que la ansiedad de no saber cómo solucionarlo me comía por dentro. Hasta que me rendí.
En ninguna de estas ocasiones dejé de hacer un esfuerzo por salir adelante. Simplemente decidí que no cargaría en mis hombros la responsabilidad de lo que piensan otros de mi, o de pensar que mi éxito laboral definía mi valor. “Dejé de preguntarme por qué a mí?” y empecé a aprender, y dar pasos adelante. Rendí mi necesidad de tenerlo todo bajo control, y salí adelante mucho más ligero.
El segundo punto, vivir en la realidad.
Muchos de nosotros crecimos rodeados de relaciones disfuncionales, las cuales nos informaron y educaron en nuestra forma de pensar y percibir el mundo. Tal vez nuestro padre fue ausente, nuestra madre abusiva. Tal vez nos ignoraban cuando sentíamos tristeza o enojo, por que “solo así se calmará el niño y dejará de llorar” (una creencia muy común en Latinoamérica). Y esto nos llevó a dejar de mostrar esas emociones, por que nos creímos la historia que dice “si me expreso, la gente me ignora y dejo de ser amado”. Y ésta es sólo una historia que nos pudimos estar creando.
Hubo muchos momentos en que permití que cruzaran mis límites en mis relaciones pasadas, creyendo que debía hacerlo porque mi pareja “era una gran mujer”. Que tenía que tragarme todo porque ella lo valía, y yo era el que no la merecía. Que nuestra relación era muy buena, porque no teníamos conflictos (claro, porque yo nunca le ponía un alto). Me inventé esa realidad falsa, ese paradigma. Me salí de la realidad.
Debemos salir de los sistemas y paradigmas que nos hemos inventado. Estar en la realidad. Todos creamos sistemas de creencias falsos para protegernos del miedo a estar solos o no ser amados.
Vivir en la realidad te permite pedir lo que quieres y necesitas, y a partir de ahí crear las relaciones que realmente deseas.
El tercer punto, expresar sentimientos.
Hay dos tipos de sentimientos que aterran a la mayoría de los hombres: los suyos y los de los demás. Y lo que nos ha llevado a verlos de esta manera, es la historia que muchos de nosotros hemos vivido: cuando éramos niños, expresábamos algún sentimiento frente a nuestros padres y recibíamos una de dos reacciones: reacción negativa (gritos, enojo) o ninguna reacción, que nosotros traducíamos en abandono.
Y otros muchos de nosotros hemos usado la excusa de que no expresamos nuestros sentimientos porque “no queremos lastimar a nadie”. Y esto es una total mentira, ya que la realidad es que nos estamos protegiendo, por miedo consciente o inconsciente de tener las mismas reacciones que durante nuestra infancia.
Algo que debemos tener muy claro, es que el expresar nuestro sentimientos no significa volverse sensible, débil o dramático. Al contrario, significa volverse poderoso, asertivo, más energizado. Tampoco significa estar volviéndose “más como la mujer”. En realidad, puedes (y deberías) aprenderlo y trabajarlo con otros hombres. Bloquear lo que sentimos nos quita el poder sobre quién somos y cómo nos mostramos ante los demás.
Y al atreverte a expresar tus sentimientos, no te centres en la otra persona. Evita comenzar con frases como “me estás haciendo sentir triste”. Sé responsable de tus propios sentimientos y comienza por un “me siento triste”. Tampoco uses sentimientos para describir lo que estás pensando, como “siento que tu no me quieres”. Céntrate en lo que tú sientes, y en qué parte de tu cuerpo lo sientes. Comienza a compartir tus sentimientos con un “yo” en lugar de “tu”.
El cuarto, enfrentar tus miedos.
El evitar nuestros miedos nos ha restado mucho de nuestro poder personal. El miedo es una parte normal de la experiencia humana, y el enfrentarlo nos lleva a un gran crecimiento.
Y debemos tener claro que existen dos tipos de miedo: el miedo saludable (señal de advertencia cuando se acerca el peligro) y el miedo a la memoria (por lo que vivimos en nuestra infancia, sintiéndonos indefensos). Y éste último nos lleva a ser conservadores, alejarnos de todo riesgo. Irse siempre a lo seguro y evitar situaciones nuevas. No salir de lo familiar.
Algo que caracteriza a un hombre que nunca enfrenta sus miedos, es que tiene a aplazar, evitar y no terminar lo que comienzan, e intentan siempre controlar lo incontrolable, lo cual jamás tiene un buen resultado.
El quinto punto, desarrollar tu integridad.
Otra característica común entre muchos hombres hoy en día, es que se enorgullecen de ser honestos y confiables, cuando tenemos muchas actitudes deshonestas. Como la frase “no mentí, simplemente no dije todo”. Contamos medias verdades, nos engañamos a nosotros mismos en nuestra toma de decisiones.
Y como dice el Dr. Glover, hay dos formas de estar fuera de nuestra integridad, y sólo una para estar dentro. No deja fuera de nuestra integridad el preguntarnos “¿qué harían los demás? ¿qué pensarán los demás? antes de tomar una decisión. Consultar con un comité interno y confundirnos más. Y otra forma es saber lo que nosotros creemos que es correcto, pero no hacerlo. Y la única opción donde estaremos dentro de nuestra integridad es preguntarnos qué creemos que es lo correcto, y hacerlo. Estas decisiones son muy importantes para recuperar nuestro poder.
Y el sexto y último, establecer límites.
Tener límites establecidos es esencial para nuestra supervivencia. El detalle, es que la mayoría de nosotros no los tenemos claros y dejamos que otros los crucen. El establecer límites no trata de hacer que los demás cambien, sino de nosotros cambiar.
Establecer límites no es problema de la otra persona, es tuyo, y sólo dejando de reforzar todo lo que no estamos dispuestos a tolerar, quienes nos rodean obtienen la oportunidad de comportarse de manera diferente. Y aquí es muy importante preguntarnos: ¿Qué tanto tendemos a permitir que otros crucen nuestros límites, sólo para poder mantener la paz y evitar conflictos?
En mi historia, yo solía ser un hombre de eternos “si”. No podía decir que no a nada de lo que me pedían, porque creía que eso me haría indeseable, desconsiderado. Un mal hombre. Me llevó a ser irrespetado por demasiadas personas. Y no fue hasta que aprendí a establecer mis límites y aprender a decir no, que fui recuperando el respeto de los demás, y el propio.
Hay muchas razones por las cuales hemos dejado de cumplir cada uno de estos puntos. Ya sea que buscamos la validación y aprobación de otros y creemos que el ser firmes en nuestro carácter alejará a los demás y nos volverá “poco atractivos”, o porque simplemente nunca tuvimos un ejemplo sano de lo que significa ser un hombre.
Muchos de nosotros, y me cuento en este grupo, nos esforzamos incansablemente en ser “buenos hombres”, sin darnos cuenta que nuestra idea de buen hombre era errónea. Esta idea que adoptamos ha ido creando hombres débiles, que permiten que los abusivos los pateen y otros los avergüencen. Pero, cuando comenzamos a trabajar en estos puntos, poco a poco vamos encontrándonos con un poder que nos permite abrazar, aceptar y enfrentar las batallas que atravesamos en nuestras vidas, así como sacar a relucir los dones que llevamos dentro.
Sólo podremos experimentar el mundo en toda su compleja y dura belleza, cuando recuperemos nuestro poder personal.
Por: Ricardo Rivera, Voices of Broterhood